Corrupción y venganzas ambidiestras

Galimatías. 7 de marzo del 2021.


Ernesto Gómez Pananá

A mediados de semana, un tribunal francés condenó a Nicolás Sarkozy, ex presidente galo, a tres años de cárcel. Se le acusa de corrupción y tráfico de influencias.


Nicolás Sarkozy gobernó Francia entre 2007 y 2012, un periodo en el que gobernó con visión de derecha y no exento de escándalos, desde la noche en que, luego de tomar protesta al cargo, aceptó festejar en el yate de un millonario francés, hasta cuando se especuló que el dictador libio Muamar El Gadafi había financiado ilegalmente su campaña a la presidencia.

Como otros presidentes franceses, Sarkozy tuvo su momento de reflectores, se codeó con los grandes líderes europeos y mundiales -visitó México en el sexenio calderonista- y también como a otros mandatarios franceses, las montañas rusas del poder lo tienen hoy a un pie de la prisión.

Sarkozy ha dicho que impugnará y de lograrlo, los tres años de condena se convertirán en uno y la estancia en la celda se canjeará por prisión domiciliaria, de la mano de lo que pareciera lo más importante: complicarle su regreso a la política postulándose de nuevo a la presidencia: quienes hoy gobiernan buscan impedirle el paso a la escena política.


Al tiempo que en Francia gobernaba la derecha de Sarkozy, en Brasil gobernaba la izquierda con el Partido de Los Trabajadores,  de la mano de Luis Inácio Lula da Silva.

Lula fue un obrero metalúrgico que, cuenta su biografía, decidió iniciarse en la política luego de perder a su primer esposa y a su primogénito durante el parto. La muerte por pobreza fue el inicio de la ruta que lo llevó a la presidencia: luego de su tercer intento, gobernó Brasil de 2003 a 2010.

Siete años después de dejar la presidencia, una investigación por pago de sobornos a la empresa Petrobras involucró a Lula, quien fue llevado a prisión. De una condena de nueve años, purgó dos antes de recuperar su libertad. Hoy, en medio del desastre de sanitario y político que vive Brasil con su actual presidente, Jair Bolsonaro, una especie de Trump carioca, Lula vuelve a levantar la mano para alcanzar la presidencia.

Más allá de simpatías con alguna de estas dos figuras, quiero insistir en sus similitudes: seres humanos con habilidades y defectos; personas con carencias en su historia -Sarkozy no perdió a su primogénito pero fue huérfano de padre por abandono y migró de Hungría a Francia en busca de un mejor porvenir.

Ambos con un discurso emotivo que los llevó a convencer, a vencer y a gobernar con altos índices de popularidad, y ambos, luego de terminar su periodo, investigados por corrupción, ambos -desde luego- asumiéndose inocentes y argumentando revanchas políticas como el motivo que los llevó a prisión -cosa que en ambos casos tiene su parte de verdad pues sus adversarios políticos los quieren lejos de la escena electoral.

La política, el poder para ser más preciso, no es actividad sencilla. En ella se evidencian nuestras más profundas ambiciones, nuestras debilidades, nuestros fantasmas, indistintamente del partido, la orientación ideológica, el color o la bandera. Mientras en ella siga habiendo ilusos, seguirán habiendo desilusionados.

Oximoronas: el mundo, y la humanidad, estamos aún lejos de vencer a la pandemia, pero los números parecen al menos dar una discreta tregua. Disminuye la estadística diaria de contagios y muertes. Las filas para abastecer oxígeno y la disponibilidad de camas parecieran también mejorar. Sea un respiro. Aunque sea un respiro.

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