20 grados. Memoria de invierno tuxtleco
Ernesto Gómez Pananá
Tuxtla Gutiérrez se localiza a 522 m sobre el nivel del mar, el clima es preponderantemente cálido y sin diferencia significativa entre estaciones: si acaso lo que cambia es que en una época del año llueve: si bien no somos costa, somos trópico.
Hoy es veinticuatro de diciembre del 2022 y amanecimos a 15 grados. Para quienes nacimos y vivimos aquí, una helada.
Para los tuxtlecos, es momento de sacar el suéter y la bufanda; de usar el abrigo elegante que solo se usa para ir a San Cristóbal; de ponernos -las chicas- las botas altas y los millennials la chamarra de pluma. Somos seres habituados a quejarnos del sol. Nos espanta el frío.
A mí el frío me provoca una gran melancolía, mis tiempos de la prepa, cuando me paraba en la madrugada a estudiar álgebra y el frío calaba durísimo en el corredor de casa de mi abuela; me evoca el trayecto de camino a la secundaria, a unas cuadras de casa, el aire helado, el cielo de un color blanco inusual y la bruma en el cielo, el sol oculto, abrigándose quién sabe en dónde.
El frío que conocemos en Tuxtla se antoja para tomar ponche o chocolate. Los conocedores querrán atol agrio o de granillo -ojo: nicho de oportunidad para registrar el nombre-; se antoja también una mistela y se antoja también no salir de casa, resguardarnos para resistir el frío y abrazarnos para recordar a quien se fue y refrendar el amor con los que están.
Me gusta el frío de Tuxtla porque me hace amar más el calor, porque me inspira una profunda melancolía -un saudade- y porque me recuerda las razones por las que elegí quedarme aquí.
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